El viaje de mi vida, fotografía del primer mes.

El viaje de mi vida empezó a este lado del planeta. La semilla quedó sembrada hace mucho tiempo pero hasta hace poco no tuve ni los recursos ni la valentía para hacerlo. Como siempre, llego tarde a todos lados.
No importa. Estoy aquí. Averiguando si realmente esto es para mí. Después de todas esa demos de 15-20 días de viaje, vamos a enfrentar el monstruo final. Vamos a ver cómo es hacer una maleta para tiempo indefinido, cómo es despedirse crónicamente, cómo es soltarse de todas las manos, cómo sortear los baches, cómo enfrentar los miedos y todo ello sin dejar, por supuesto, que el coronavirus te despeine.

El viaje de mi vida es el doctorado que debo defender ante mí misma. Liberar las sospechas sobre mi afán nómada que me orbita desde la preadolescencia y que en treinta-cinco años no he tenido la oportunidad de despejar. Y a pocas horas de cumplir un mes a la deriva, una soslayada reflexión se me hace imperativa.

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Más allá de las fotos de paisajes bonitos y sonrisas felices, el viaje de mi vida es un ejercicio de austeridad en todos los sentidos. Es vivir sin las comodidades, los lujos, la organización, la opulencia y los salvoconductos de la zona de confort. Y a un mes de haber empezado esta aventura, he de reconocer que la experiencia está siendo espectacular a todos los niveles.

Es parecido a cuando ves a un ciclista o deportista en plena efervescencia y lo ves rojo, sufriendo, sudando y piensas que eso no puede ser bueno. Pero sin embargo, para él es pura adrenalina y endorfinas y no puede dejarlo porque, inexplicablemente, le encanta.

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Siento algo parecido cuando trato de explicar a la familia o amigos fuera del contexto viaje que los sacrificios de ducharse con agua helada, de esperar buses que no llegan, de dormir en colchonetas en el suelo, morirte de frío, que te piquen 800 mosquitos, despellejarte del sol, cardenales, agujetas… Ponen la misma cara que yo le pongo al ciclista sofocado. Y el viaje de mi vida es algo parecido a eso, solo que cuando sudo, me pongo roja y sufro no lo veis. Pero contemos algo de eso, que de eso también hay.

Mujer que viaja sola, no se abandona

Es cierto que el hecho de ser una mujer viajando sola proyecta cierta vulnerabilidad, sobre todo en países donde este colectivo ha sufrido tradicionalmente abusos. Tu condición de extranjera, europea, mujer y sola se tangibiliza en cada paso, autobús, comercio, hostel, etc. Y te lo preguntan más de lo que te gustaría: Ah, ¿estás viajando sola? Qué valiente, ¿no?.
Así es, si eres mujer y viajas sola eres valiente. Pero bueno, mirémoslo por el lado bueno: Mujer valiente, vale por dos hombres cobardes.
Igualmente, el tesoro más grande del viaje de mi vida es tener frente a ti todo el tiempo del mundo. Tu única responsabilidad es mantenerte sana y salva. El resto es lo que quieras hacer, a donde quieras ir, con quién quieras estar y cuando quieras estar. Escribirlo produce casi la misma sensación de libertad que hacerlo.

viajar sola es Lo que quieras hacer, a donde quieras ir, con quién quieras estar y cuando quieras estar

Así es, durante este mes he hecho lo que he querido. Sin obligaciones, ni compromisos, ni sacrificios. Me he cuidado, me he querido, me he consentido, me he priorizado.

Mujer que viaja sola, es dueña y señora. Toma todas las decisiones, se hace fuerte, consecuente.
No es para nada una oda al egoísmo, en absoluto. De hecho, en varias ocasiones hemos sido más de uno y hemos pensado colectivamente, pero desde el mismo prisma de libertad, independencia y democracia. Aplicando el talento personal al grupo de trabajo, enriqueciendo al equipo con nuestras virtudes y experiencia, y construyendo una atmósfera humana y solidaria verdaderamente poética.

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Bolsillos llenos, corazón contento

En este ejercicio administrativo, tras un mes a la deriva hago mi primer checklist de objetivo económico mensual conseguido. No he gastado más de 500€. De hecho, de esta cantidad, casi 80€ se me fueron solamente en Madrid.
Si bien es cierto que en Santiago y Chiloé no pagué alojamiento, también hay que tener en cuenta que Chile es un país muy caro, más que España casi, y probablemente el más caro de todos los destinos de mi itinerario, así que si en algún momento supero el objetivo límite mensual, trataré de contrarrestarlo en otros países más económicos como Bolivia o Colombia.

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El balance se mantiene muy positivo en cuestión de imprevistos también. Ya que los cambios repentinos de clima: Madrid (15-6ºC), Santiago (34-16ºC) y Chiloé (16-8ºC y una humedad del 92%) no me han hecho enfermar ni han, de momento, exigido un gasto extra en ropa de abrigo o medicamentos (algo un poco más difícil ya que entre mi madre -enfermera- y yo rellenamos el botiquín de mi viaje como si se viniera el apocalipsis).

El transporte hasta ahora no ha sido excesivamente caro. En Chile, tanto el bus como el barco, el precio estimado son de unos 2000 pesos por hora de transporte, unos 2,10€. Es decir, un viaje de 10 horas son unos 21€ y uno de 6 horas son unos 12€. Sin embargo el alojamiento sí es más caro, incluso en habitaciones compartidas, donde en el sur los precios oscilan entre los 13000-20000 (13-21€). También hay vuelos nacionales económicos pero hasta el momento prefiero evitar cogerlos.

Idiosincrasia chilena, primeras impresiones

A parte de que en Chile, el señor Pedro de Valdivia aparece en todos los lados, monumentos, calles y ciudades del país y de que todas las costaneras se llaman Pedro Mont, hay muchas cosas que he aprendido, tanto de los chilenos, como de su historia y de esta aventura de manera general.
El estallido social sitúa al país en unas circunstancias delicadas y extraordinarias que invitan a la reflexión sobre la desigualdad latinoamericana. El chileno, en general, es mapuche, es decir, tiene ese carácter desconfiado e impenetrable, que a veces puede interpretarse como desagradable. Lo que tiene cierto sentido cuando indagas sobre la historia, la colonización y posteriormente el golpe de estado. Los chilenos son fríos y distantes de primeras, pero una vez traspasas la barrera de la desconfianza, son amables y solidarios.

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Me llamó la atención tanto en Santiago como en el resto de ciudades que la mayoría de construcciones fueran de una o dos plantas. Algo que se explica por la fuerte actividad sísmica que sufre Chile. Y aquí en el sur las cabañitas de madera, monísimas todas pero en las que no paro de pasar frío, por cierto. También me llamó la atención la cantidad de perros callejeros que hay en el país. De hecho, en Valdivia me persiguieron varias jaurías de perros medio enfadados y no es muy agradable, la verdad.

Balance de emociones, aprendizajes y pérdidas

El viaje de mi vida está lleno de emociones, ilusiones y sensaciones de todo tipo. En tan solo un mes he vivido momentos muy intensos, he estrechado lazos con conocidos y desconocidos, he sentido miedo, he pasado mucho frío, me he enamorado, he sentido profundo agotamiento, he empezado de nuevo, me he dejado llevar y he echado de menos.

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En este primer mes siento que me he adaptado muy rápida y felizmente a esta nueva forma de vida. Mi forma de ver los inconvenientes e imprevistos no es para nada irritante. La aceptación sobre la injerencia que tengo en el cosmos es plausiblemente estoica. Pocas cosas me enfadan o me ponen de mal humor. Hoy llueve, y no pude ir al trecking del Ventisquero, pues me quedo feliz al calor de la estufa escribiendo con un chocolate calentito. Y es que creo que tener todo el tiempo del mundo por delante y responsabilizarte únicamente de ser feliz, te cambia completamente la manera de enfrentarte al mundo.

estadocivilviajera
Periodista, fotógrafa, viajera, imperfecta, humana, soñadora, incoherente, cabezona pero buena gente.

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Comentarios

  1. Me interesaba saber el gasto económico de este primer mes, que al parecer, a pesar de vivir en situación de austeridad, compensa no solo económicamente, sino a nivel personal. Así que gracias por compartir este primer mes de manera introspectiva más allá de las fotos posturetas de todo blogger viajero.

    Se te ve de momento feliz, contenta y guapita 😉

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